Haxey Hood en Lincolnshire

haxey

Voy al pueblo de Haxey que queda en el norte de Lincolnshire, a unos 35 kilómetros de Lincoln y a unos 220 de Londres. Aquí se realiza cada tarde del 6 de Enero un acto que realmente resulta una muy buena terapia antiestrés.

Nunca llegué a saber qué es primero, si el huevo o la gallina y así pasa también con muchas tradiciones inexplicables que no se termina nunca de averiguar la verdad acerca de cómo es que se llegan a festejar y por qué. Sigo con la duda con este caso.

En este acontecimiento se cuenta la leyenda de la esposa de Sir John de Mowbray que cruzaba las praderas de este pueblo cuando un viento le arrebató su fina capa de seda y trece rudos labradores de la zona corrieron tras ella y se disputaron el honor de devolverla a su noble dueña. Este acto viril y caballeresco provocó tal admiración en la doncella que, en muestra de su agradecimiento, donó una parte de sus tierras en este prado para que en ellas se realizara anualmente una dramatización que recordara este honorable momento.

Lo cierto es que hoy asisto a una especie de juego en Westwood Hill en el que luego de las campanadas de las dos, un “Señor”, once “Orcos” y un “Tonto” encabezan la procesión de este acto que me tendrá como protagonista principal de una especie de batalla campal parecida a un partido de rugby multitudinario. El Señor lleva un traje rojo y sombrero, trae en alto el bastón que simboliza la mítica capa de la Señora Mowbray de la leyenda.

El Tonto relata un discurso inaugural que termina en una declaración que dice así: “casa contra casa, pueblo contra pueblo, si un hombre se encuentra a un hombre, túmbalo…” y recientemente, y por suerte para mí, se agregó la paliativa “pero no lo lastimes”. Después de esta declaración se empieza a sentir la adrenalina y la gente de los pueblos vecinos es guiada por el “Señor” a la cima de la colina. Así yo me veo arrastrado por la plebe a ese lugar en donde empieza una, nunca mejor dicho, batalla de todos contra todos en la que, por puro instinto vital, uno rema entre mareas humanas hasta el límite de sus fuerzas.

A mí en esos momentos, sinceramente, me terminó importando muy poco la señora esa de la leyenda y tampoco traté de recuperar la dichosa capa, no sé si puedo llamarme realmente un “gentleman” como lo fueron aquellos míticos labradores. Pero, eso sí, intenté conservar el orgullo, o por lo menos la ropa.

Foto Vía: flickr

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